Los cierres escolares producidos por la pandemia de COVID-19 podrían causar grandes pérdidas de aprendizaje, especialmente en el caso de los estudiantes de los primeros grados. Sin medidas que ayuden a los alumnos a ponerse al día, el rezago en los aprendizajes puede profundizarse incluso después del regreso a la escuela. Las estimaciones indican que los alumnos que han perdido medio año de clases presenciales en segundo grado habrán perdido el equivalente a 1,8 años de aprendizaje cuando estén en tercer o cuarto año de secundaria (según la jurisdicción).
Las conclusiones surgen del informe “Estimación de pérdidas de aprendizaje relacionadas con la pandemia de COVID-19”, del Observatorio de Argentinos por la Educación. El documento presenta los resultados de las investigaciones realizadas por el programa internacional Research on Improving Systems of Education (RISE), basadas en modelizaciones de las consecuencias a largo plazo de los cierres escolares por la pandemia de COVID-19, y considerando diferentes escenarios de intervención para mitigar dichas consecuencias. Para las estimaciones se utilizaron los resultados de la evaluación PISA para el Desarrollo 2018.
En la medida que los estudiantes regresan a la escuela, la mayoría muestra aprendizajes por debajo de su plan de estudios. Según el informe, esto se explica por la interrupción de clases presenciales, pero también porque de por sí los diseños curriculares son demasiado ambiciosos en relación con los niveles reales de aprendizaje de los estudiantes.
Tres tipos de intervención
El informe plantea tres escenarios posibles de regreso a la presencialidad en función de distintos tipos de intervención pedagógica: 1) sin estrategias de mitigación (es decir, sin tomar decisiones que busquen compensar los aprendizajes perdidos); 2) con estrategias de “remediación” a corto plazo (se adapta la currícula en el regreso de los estudiantes, pero se retoma el ritmo “normal” a partir del año siguiente); 3) con estrategias de “reorientación” a largo plazo (se adapta la currícula para que a lo largo de toda la trayectoria del estudiante los contenidos estén alineados con sus posibilidades reales de aprendizaje). A partir de estos escenarios, se estima la pérdida de aprendizaje a largo plazo.
El regreso a la escuela no alcanza para ponerse al día: los estudiantes pueden seguir perdiendo nuevos aprendizajes si las estrategias pedagógicas no se adaptan a sus necesidades. Este sería el caso si no se aplica ninguna estrategia específica para mitigar los efectos de la suspensión de clases presenciales: las pérdidas de aprendizaje iniciales son más graves en los primeros años de estudio, y pueden acumularse a largo plazo.